Corría el año 1.936 en España, acababa de cumplir 16 años y experimentaba libertades que mi madre jamás habría llegado a imaginar, como mujer ya podía ejercer (dentro de unos años cuando fuese mayor de edad) mi derecho a voto y aunque mi padre le indicase a mi madre lo que debía votar,yo ya tenía muy claras mis ideas políticas.
Por las tardes iba a la casa del pueblo a aprender costura, debatir y compartir experiencias con mis compañeros y camaradas de las juventudes comunistas y socialistas, nos juntábamos todos para hablar de revolución obrera, de libertad, de sueños, de igualdad... Algún día las mujeres podríamos acceder libremente a estudios superiores, a trabajar de jefas como lo hombres; la república hizo mucho por nosotras, pero quedaba un largo recorrido por cubrir, una lucha con dieciséis años que pronto sería real.
Corrían rumores de que el ejercito se iba a levantar contra el gobierno legitimo que tantas libertades y sueños nos brindaba a nosotros, la clase obrera. Una tarde llegué a la casa del pueblo y mis compañeros se estaban subiendo a unos camiones con una maleta, unas banderas y una gran cara de preocupación. La guerra civil acababa de estallar y teníamos que defender como fuese, nuestra libertad.
Creía, inocente de mí, que la guerra iba a durar dos días. Cogí una pequeña maleta y me despedí de mis seres queridos para unirme en la batalla a mis camaradas de juegos y debates, En aquel viejo camión nos dirigíamos a la sierra, nuestra misión, evitar que el ejercito nacional avanzase para arrebatarnos lo nuestro. Yo jamás había cogido un fusil en la mano, no sabía lo que me esperaba. Nos dieron un uniforme y durante varios días nos enseñaron a disparar, a escondernos, a trepar, a sobrevivir.... nuestra milicia se estaba convirtiendo en una letal guerrilla antifascista.
Alejados en el monte de nuestros seres queridos, convertimos la milicia en nuestra familia. Allí sentí cosas que jamás mi corazón olvidó... Todos eramos iguales hombres y mujeres en todo tipo de tareas, no eramos muchas mujeres las que nos atrevíamos a estar en el frente, pero las que allí estábamos unimos lazos para siempre.
Por las noches y sin saber muy bien porqué, me quedaba embelesada mirando para aquella experimentada guerrillera andaluza que estaba con nosotros, era inteligente, simpática, luchadora, guapa y paciente. Siempre tenía una palabra amable para todo el mundo y como se suele decir me salvo el pellejo en más de una ocasión, hasta cocinaba bien.
Durante los permisos que nos daban para visitar a nuestros padres nos carteábamos y a mí se encogía el estomago solo de pensar que iba a tardar en verla semanas, sin pensar si quiera en el peligro real al que nos exponíamos....
Una tarde una granada sesgo su vida para siempre, murió por la libertad, por el voto de la mujer, por la escuela pública, por los derechos de los campesinos, por la lucha sindical, por el derecho a la medicina gratuita, por la igualdad, murió defendiendo sus ideas, murió sin un entierro “digno”, sin que su familia conociese su paradero, murió sin que nadie la recordase...
Ella fue mi primer amor, el más profundo e inocente, el que te marca de por vida, el que pase lo que pase, no quieres olvidar jamás, murió por nosotras como muchas otras personas...
Muchos años después, en el 2.008 todavía no conozco que hizo el bando nacional con su cuerpo y todavía existen personas que no entienden que para descansar en paz necesitamos colocar a nuestros seres queridos en el lugar que se merecen para poder cerrar de verdad aquella herida mal cerrada.