Todos los días llevamos cosas nuevas y diferentes a nuestras casas, a veces solamente son pequeñas historias como esta...
Me gustan los días de tormenta, sobre todo si estoy en casa, escuchar el ruido de las gotas de lluvia en la ventana, los rayos iluminando la habitación durante unos segundos, sentir el frío al otro lado del cristal y aunque no sea demasiado ético por mi parte, ver correr a la gente buscando un refugio donde escapar de una mojadura segura. En numerosas ocasiones me siento con mi pareja en el sofá, nos abrazamos y nos tapamos hasta las orejas con una de esas mantas de forro polar disfrutando de una tarde de tormenta aprovechando de el gran invento de la calefacción eléctrica.
La lluvia tiene nombre de mujer, gracias a la lluvia tenemos agua y gracias al agua tenemos vida; existen muchos tipos de lluvia cuando era niña creía que los ángeles nos mostraban su estado de animo por la climatología del momento, pero la ciencia desecho esta inocente creencia, ahora simplemente la veo molesto o agradable según lo que toque hacer ese día.
Un día de frío, al salir de trabajar, una gran tromba de agua provoco que llegase totalmente empapada a casa, tuve que cambiarme hasta la ropa interior. Fui corriendo al armario para elegir un pijama suave y calentito, cuando rebuscaba entre la ropa algo se movió en los pantalones vaqueros mojados que ya estaban en el suelo del cuarto; como tenía frío no preste mayor atención, me enfundé en mi prendas secas, sequé el pelo con el secador y cuando iba a llevar la ropa húmeda al cesto de la ropa sucia una voz gritó: ¡Ten un poco mas de cuidado!
Instintivamente solté todo lo que llevaba en los brazos, así que tuve que recoger de nuevo la ropa del suelo. De nuevo escuché aquella voz “Te he dicho que tuvieses mas cuidado”. Creí que con el frío y la humedad estaba delirando del constipado pero otra vez... “Estoy aquí, no se te ocurra meterme en la lavadora”
Coloqué la ropa encima de una mesa. Fijé la vista en aquel montón y de pronto una pequeña mariquita salió de uno de los bolsillos. El simpático insecto se sacudió como si de un perro se tratase, movió sus alas rojas y negras para secarse, se paseo por la mesa como si fuese su casa, al final decidió sentarse encima de un pequeño quemador de incienso. Nos miramos durante unos minutos sin decir nada.
Cuando estaba a punto de colocar a mi nueva amiga en un lugar seguro para que ni mi pareja ni yo pisásemos por equivocación a la mariquita, otra salió estornudando de el otro bolsillo del pantalón. Parecían ser una pareja de mariquitas enamoradas, sin decirles nada las coloqué en una caja de cerillas con unas hojas de lechuga y un poco de agua, puse la caja cerca de uno de los radiadores y me olvidé por completo de las inquilinas.
A la mañana siguiente nos encontramos la caja de las mariquitas vacía, al llegar a la cocina nos esperaba un gran desayuno con toda la mesa llena de flores y una nota escrita con una letra muy simpática que decía: “Sabemos que vosotras también sois una pareja de chicas enamoradas, gracias por resguardarnos de la lluvia, otro día quedamos para comer”
Todavía no sabemos cuando será la cita con las lésbicas mariquitas pero desde ese día siempre miro en el bolsillo después de una tormenta.
2 comentarios:
saludos blog hemana.....
Simpatica historia jajaja
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