miércoles, 27 de febrero de 2008

La arquera

Las mujeres tenemos un enorme instinto de protección ¿quien ha dicho que somos el sexo débil?

Nuestro hogar era la naturaleza, vivíamos en grandes bosques construyendo nuestras viviendas en las copas más altas de los arboles, a veces el lugar de residencia y protección eran las montañas donde construíamos laberintos donde nos refugiábamos de las tempestades o de los enemigos que pretendían romper nuestra paz.

Eramos mujeres, nos elegían al nacer para formar parte de este grupo formado única y exclusivamente por mujeres. Eramos guerreras o agricultoras, cazadoras o sanitarias, nuestra función era cuidar de nosotras mismas y de la madre naturaleza que alimentaba a nuestros retoños y nos daba vida, enseñándonos la mayor sabiduría jamás escrita por manos humanas.
Los hombres a su vez tenían sus grupos y sus funciones y nos reuníamos de vez en cuando con ellos, algunas para ligar, otras simplemente para procrear y las más negociadoras aprovechaban estas ocasiones para realizar intercambios económicos o fructíferos para nuestra comunidad.

Yo tenía un secreto, amaba a una de las compañeras protectoras de la tierra. Era una arquera, vigía de nuestras guaridas y cazadora de grandes presas que nos alimentaban. Ágil, esbelta, rápida y fuerte, se mezclaba con la naturaleza hasta el punto de parecer una felina. Silenciosa y perfecta, ella era mi arquera.

Mi trabajo era cuidar de los animales, amaestraba a los caballos, alimentaba a los perros, cuidaba y limpiaba a nuestras vacas, etc. Sentía predilección por los caballos, nobles, fuertes e inteligentes, me encantaba montar sobre su lomo y dejarme llevar por ellos, sintiendo el viento sobre mi cara.

La arquera por su función, tenía mucho trato conmigo, yo cuidaba de su montura, una hermosa yegua negra. En soledad enseñaba a bestia a regresar siempre a nuestro hogar, para que en caso de accidente, mi arquera pudiese regresar al campamento. A ella nunca le contaba nada, tenía miedo a que me rechazase.

Una mañana ella, salio a cazar, se montó a lomos de su caballo, con su arco a la espalda y su cabellera al viento. Su visión era mi perdición, mi escondido deseo.

Esa noche ella no regresó, pasaron dos días y mi amada arquera no daba noticias de vida. Por las tardes cuando finalizaba mi trabajo, la buscaba por los alrededores temiendo que algún mal le pudiese acechar. Silbaba para llamar a su corcel negro, pero nada sucedia. Mi corazón temía no volver a verla, no poder decirle jamas lo que realmente sentía.

Por la mañana llego la yegua, con ella agotada y herida en su lomo, estaba viva. La lleve a mi tienda e intente curarla, la besaba mientras dormía. Lavaba sus heridas y rezaba a los dioses para que se quedase con nosotras. La arquera deliraba, no llegué a entender que susurraba, jamás lo pregunté.

Por fin una noche se despertó, no pude controlar mi emoción y la bese en los labios, abrazándola suavemente por miedo a hacerle daño en sus heridas.

-Siempre supe que estabas a mi lado- me dijo.

Correspondió a mi amor, mejor que en los sueños que habitaban mi corazón, el miedo es el peor enemigo del amor y por miedo podemos llegar a perder lo que más amamos.
Sabed que la arquera, envejeció a mi lado

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